domingo, 11 de febrero de 2007

Agnosticismo y Escepticismo

El materialismo filosófico otorga una gran importancia a las cuestiones que se suscitan en torno a la idea de agnosticismo (principalmente en la medida en que esta idea pone en juego la cuestión de las relaciones entre las ciencias positivas y la filosofía [3]) y la reconstruye críticamente desde sus propias coordenadas. La dificultad principal del asunto reside en la diversidad de planos a través de los cuales la idea de agnosticismo se desenvolvió o sigue desenvolviéndose y en la facilidad, dadas las intersecciones que median entre tales planos, del deslizamiento, a veces inadvertido, de unos planos hacia los otros, con las confusiones y embrollos consiguientes. El agnosticismo suele ser considerado como una forma del escepticismo. El escepticismo filosófico (es decir, no el escepticismo meramente psicológico, derivado de un temperamento dubitativo, inseguro, &c.) es la posición de quien después de examinar los argumentos en pro y en contra en torno a una cuestión disputada cree poder concluir que estos argumentos se equilibran y que, por tanto, no es posible decidirse por ninguna de las alternativas o disyuntivas propuestas: el escéptico no afirma ni niega, simplemente duda, o se abstiene de «juzgar», manteniendo su epogé. El agnosticismo es considerado según algunos como un «escepticismo especializado», es decir, referido a asuntos que tengan que ver con entidades o saberes relacionados, de algún modo, con las religiones (primarias, secundarias o terciarias) [363-367]. En consecuencia, el agnosticismo no es superponible con «escepticismo», porque ese término es más amplio que aquél (alguien puede ser escéptico en materia de historia de Egipto o de Roma –pirronismo histórico–, pero no ser agnóstico, aun cuando un escéptico universal que suspende todo tipo de juicio, también sería agnóstico). El escepticismo, en su acepción clásica añade aún una nota a esa «abstención del juicio»: la nota de mantenerse activo en el interés del conocimiento, el deseo de resolver la indecisión, a fin de determinarse dentro de las alternativas que se nos ofrecen, considerando que el encuentro de la «verdad» será en todo caso importante para la vida práctica. Pero en el agnosticismo esta nota general del escepticismo suele quedar desvanecida: el agnóstico no será sólo quien «suspende el juicio» sobre «materias de orden religioso», sino además quien ha perdido interés por determinarse, quien declara no interesarse o, al menos, no creer necesario para resolver su indeterminación a fin de poder vivir dignamente como ciudadano, por cuanto supone que las diferentes opciones ante las cuales el agnóstico se abstiene, carecen de interés para la vida privada y sobre todo pública.

El agnosticismo, en cuanto «escepticismo específico», podrá considerarse referido no ya sólo a seres, sino también a saberes.

(a) El agnosticismo ante seres (que se supondrán como posibles) podría llamarse «agnosticismo ontológico», y consistirá en practicar la abstención del juicio ante la cuestión de la existencia de esos seres. Así, si estos seres se conciben como «sujetos extraterrestres» (que, en cualquier caso, son entes finitos y corpóreos cuya posibilidad parece hoy reconocida) podrá abstener el juicio: «No sé si existen o si no existen». En la medida en que estos entes se consideren próximos a los démones del helenismo y, por tanto, vinculados con determinaciones religiosas, la abstención de juicio podría aquí estimarse como una caso de agnosticismo. Así, la «ecuación de Drake», que indica un modo de calcular la probabilidad de tomar contacto con extraterrestres de otras galaxias, podría considerarse próxima al agnosticismo.

Sin embargo, el «agnosticismo ante seres», o presentados como tales, encuentra su acepción por antonomasia cuando el ser ante el cual se supone que se abstiene el juicio de existencia es el Ser Supremo, Dios. El argumento central de este agnosticismo ontológico es el siguiente: «No es posible demostrar racionalmente que Dios existe; pero tampoco que no existe y, por ello, la única conclusión racional es la abstención del juicio». Pero el fallo de este argumento se encuentra en su premisa implícita: en la suposición de que ese Ser Supremo o Dios monoteísta es posible y que, por tanto, tiene sentido referirse a El como si se tratase de un sujeto cuya existencia o inexistencia tratásemos de demostrar (a la manera como se puede tratar de demostrar la existencia o inexistencia de un posible pozo de pretróleo en una determinada zona geográfica. Pero lo que hay que comenzar a poner en tela de juicio es la posibilidad misma del Ser Supremo (que no puede estar situado, por cierto, en ninguna área geográfica). Supuesta esta imposibilidad, no se tratará de «demostrar la inexistencia de Dios», sino de demostrar la «inexistencia de su Idea»; por lo que el agnosticismo ontológico estará aquí fuera de lugar y sólo podrá ser reemplazado por el ateísmo.

(b) El agnosticismo ante saberes, podría ser llamado «agnosticismo epistemológico», y es la suspensión del juicio ante ciertos «saberes» o «valores» propuestos como verdades reveladas, dogmas, &c. por una secta o Iglesia, por tanto, como saberes praeterracionales, que no pueden ser «derivados de la razón», pero que tampoco podrían ser impugnados por ella. Los saberes revelados y ofrecidos por una secta o Iglesia considerados como necesarios para la «salvación» son precisamente los saberes del gnosticismo, en atención a la secta de los «gnósticos» del siglo II (Valentín, Carpócrates, Basílides...) que se consideraron a sí mismos como depositarios de un saber revelado y soteriológico (salvador). El agnóstico, en este sentido epistemológico, es quien no acepta estos saberes revelados o propuestos por la secta o por la Iglesia, pero tampoco los rechaza: simplemente se inhibe o suspende su juicio creyendo saber, además, que esta supensión del juicio sobre «asuntos que tienen que ver con la religión» no afectan para nada a las decisiones sobre juicios prácticos de su vida privada y, sobre todo, pública.

El término agnosticismo fue acuñado por T.H. Huxley, el «bulldog de Darwin», hacia 1869, por oposición al término gnosticismo, es decir, por tanto, en función de este término (que se refería, por tanto, ante todo, a un saber, o pretendido saber). Pero tal función de oposición no es la única: tendremos también que considerar, aunque Huxley no lo hizo, el concepto de «antignosticismo», porque si prescindimos de esta referencia indispensable, las coordenadas del propio concepto de «agnosticismo» se desdibujarán y se tergiversarán sin remedio. Por consiguiente, parece obligado determinar el concepto mismo de «gnosticismo» por respecto del cual se define, tanto el «agnosticismo» (ya por quien acuñó el término, Huxley) como el «antignosticismo».

sábado, 3 de febrero de 2007

ALEGORIA DE LA ANTI-NATURALEZA

"LA ESENCIA DE LA NATURALEZA HUMANA ES PRECISAMENTE SER ANTINATURAL..... DE MANERA QUE ES INCOMPRENSIBLE COMO, DE MANERA CASI INSTINTIVA, SE COMBATE Y RESISTE TODO LO QUE FLUYE PURAMENTE..........TODO LO QUE POR ESENCIA "ES",SE TRATA DE DESTRUIR MANIPULANDO NUESTRAS CONCIENCIAS Y EMOCIONES, TRATANDO DE LOGRAR QUE NOS ENAJENEMOS DE NOSOTROS MISMOS, LLEGANDO AL LÍMITE DE ODIARNOS INCLUSIVE.......

SITUACION LIMITE?

Pensar ¿quiénes somos? ¿qué nos constituye? ¿cómo nos configuramos?, es una de las acciones a las que tarde o temprano nos enfrentamos. El hombre por medio de la filosofía se lo ha preguntado desde la antigüedad clásica hasta nuestros días, y aunque ésta es una de las grandes preguntas de la humanidad, sin embargo, es también la gran pregunta individual que cada uno de su interior se hace.....

Eru_Thingol

miércoles, 31 de enero de 2007

LA MUERTE O IGNORANCIA DE DIOS

Se ha dicho que el siglo XIX ha sido el siglo de la muerte de Dios, el siglo del ateísmo. Es cierto que el ideal ilustrado de procesar al cristianismo concluyó con el intento de eliminación de la actitud religiosa dentro del hombre. El siglo XIX fue un siglo de lucha encarnizada contra todo lo que llevara el nombre de Dios o algo parecido. En el siglo XX se han matizado las posiciones y se ha optado por la ignorancia -la ausencia de Dios-; debida, quizás, a esa consciencia, expresada magistralmente por Chesterton en La esfera y la cruz, de que el ateo y el teísta tenían en común estar siempre obsesionados con la idea de Dios.

El hombre del siglo XX, en general, se caracteriza por el ateísmo práctico, vital, no teórico. Pero, curiosamente, el problema religioso y metafísico sigue presente aunque se intente vivir al margen, instalarse plenamente en la finitud. Prueba de ello son el surgimiento de nuevas espiritualidades, la mirada a las espiritualidades orientales –muchas de ellas occidentalizadas- o el crecimiento de la superstición. (Pensemos en el muy rentable negocio de las líneas telefónicas de tarot).

martes, 30 de enero de 2007

LOS SIETE PECADOS CAPITALES

En contraste con nuestra época, la ética medieval poseía claras delimitaciones. De esta manera el hombre medieval cuenta con una suerte de código de conducta que le señala claramente como debe ser su actuar. Esta codificación tiene su base, por un lado, en las llamadas “Virtudes Cardinales”, verdaderas llaves maestras que posibilitan el ejercicio de una conducta conforme con lo que es éticamente correcto. Por otro lado, los “Pecados Capitales” (denominados así por ser “cabeza” o principio de todos los demás pecados) muestran claramente la cuna de todo lo moralmente reprobable. Esta codificación moral, que si bien fue formulada en el medioevo tiene una sorprende actualidad, está cruzada transversalmente por una problemática ética fundamental: la posibilidad de acoger hospitalariamente al “otro”, al prójimo (el que está próximo) como una persona válida por sí misma. Dicho de otra manera el entender a los seres humanos que están frente a mí, cualquiera sea su condición, como un “interlocutor válido”, como un fin en sí mismo. Como veremos más adelante, Lo que verdaderamente constituye el mal moral es entender al “otro” como un “medio”, como un objeto que puede ser utilizado para el propio beneficio, en conformidad al principio del “amor a sí mismo”. Veamos a continuación una síntesis de la definición de cada uno de estos concepto, nos hemos basado en un antiguo pero esclarecedor “diccionario de teología” (se han alterado la redacción, la extensión y la ortografía castellana antigua en función de la comprensión, así mismo se han traducido algunas citas que en el texto original aparecen en latín)


1. La Soberbia.
Es el principal de los pecados capitales. Es la cabeza de “todos” los restantes pecados. Recordemos que por esta falta, según la teología cristiana, el hombre fue expulsado del jardín del paraíso. Es una ofensa directa contra Dios, en cuanto el pecador cree tener más poder y autoridad que Dios. En general es definida como “amor desordenado de sí mismo”. Según Santo Tomás la soberbia es “un apetito desordenado de la propia excelencia”. Se considera pecado mortal cuando es perfecta, es decir, cuando se apetece tanto la propia exaltación que se rehúsa obedecer a Dios, a los superiores y a las leyes. Se trata de renunciar a Dios en cuanto es Verdad y sentido conductor de la existencia e instalarse a sí mismo como Verdad suprema e infalible y como fundamento de la acción humana. De la misma manera, y guardando las distancias, se aplica al respeto y a la consideración que los subordinados le deben a las autoridades legítimamente constituidas. De la soberbia se desprenden las siguientes faltas menores:

 La vanagloria: es la complacencia que uno siente de sí mismo a causa de las ventajas que uno tiene y se jacta de poseer por sobre los demás. Así mismo, consiste en la elaborada ostentación de todo lo que pueda conquistarnos el aprecio y la consideración de los demás.
 La Jactancia: falta de los que se esmeran en alabarse a sí mismos para hacer valer vistosamente su superioridad y sus buenas obras. Sin embargo, no es pecado cuando tiene por fin desacreditar una calumnia o teniendo en miras la educación de los otros.
 El Fausto: consiste en querer elevarse por sobre los demás en dignidad exagerando, para ello, el lujo en los vestidos y en los bienes personales; llegando más allá de lo que permiten sus posibilidades económicas.
 La altanería: Se manifiesta por el modo imperioso con el que se trata al prójimo, hablándole con orgullo, con terquedad, con tono despreciativo y mirándolo con aire desdeñoso.
 La ambición: Deseo desordenado de elevarse en honores y dignidades como cargos o título, sólo considerando los beneficios que les son anexos, como la fama y el reconocimiento
 La hipocresía: simulación de la virtud y la honradez con el fin de ocultar los vicios propios o aparentar virtudes que no se tienen.
 La presunción: consiste en confiar demasiado en sí mismo, en sus propias luces, en persuadirse a uno mismo que es capaz de efectuar mejor que cualquier otro ciertas funciones, ciertos empleos que sobrepasan sus fuerzas o sus capacidades. Esta falta es muy común porque son rarísimos los que no se dejan engañar por su amor propio, los que se esfuerzan en conocerse a sí mismos para formar un recto juicio sobre sus capacidades y aptitudes.
 La desobediencia: es la infracción del precepto del superior. Es pecado mortal cuando esta infracción nace del formal desprecio del superior, pues tal desprecio es injurioso al mismo Dios. Pero cuando la violación del precepto no nace del desprecio sino de otra causa y considerando la materia y las circunstancias del caso, puede ser considerada una falta menor.
 La pertinacia: consiste en mantenerse adherido al propio juicio, no obstante el conocimiento de la verdad o mayor probabilidad de las observaciones de los que no piensan como el sujeto en cuestión.
El remedio radical contra la soberbia es la humildad. Según el cristianismo, “Dios abate a los soberbios y eleva a los humildes (Luc. 14)

2. La Acidia (Pereza).
Es el más “metafísico” de los Pecados Capitales en cuanto está referido a la incapacidad de aceptar y hacerse cargo de la existencia en cuanto tal. Es también el que más problemas causa en su denominación. La simple “pereza”, más aún el “ocio”, no parecen constituir una falta. Hemos preferido, por esto, el concepto de “acidia” o “acedía”. Tomado en sentido propio es una “tristeza de animo” que nos aparta de las obligaciones espirituales y divinas, a causa de los obstáculos y dificultades que en ellas se encuentran. Bajo el nombre de cosas espirituales y divinas se entiende todo lo que Dios nos prescribe para la consecución de la eterna salud (la salvación), como la práctica de las virtudes cristianas, la observación de los preceptos divinos, de los deberes de cada uno, los ejercicios de piedad y de religión. Concebir pues tristeza por tales cosas, abrigar voluntariamente, en el corazón, desgano, aversión y disgusto por ellas, es pecado capital.
Tomada en sentido estricto es pecado mortal en cuanto se opone directamente a la caridad que nos debemos a nosotros mismos y al amor que debemos a Dios. De esta manera, si deliberadamente y con pleno consentimiento de la voluntad, nos entristecemos o sentimos desgano de las cosas a las que estamos obligados; por ejemplo, al perdón de las injurias, a la privación de los placeres carnales, entre otras; la acidia es pecado grave porque se opone directamente a la caridad de Dios y de nosotros mismos.
Considerada en orden a los efectos que produce, si la acidia es tal que hace olvidar el bien necesario e indispensable a la salud eterna, descuidar notablemente las obligaciones y deberes o si llega a hacernos desear que no haya otra vida para vivir entregados impunemente a las pasiones, es sin duda pecado mortal.
Son efectos de la pereza:

 La repugnancia y la aversión al bien que hace que este se omita o se practique con notable defecto.
 la inconsistencia en el bien, la continua inquietud e irresolución del carácter que varía, a menudo, de deseos y propósitos, que tan pronto decide una cosa como desiste de ella, sin ejecutar nada.
 Una cierta pusilanimidad y cobardía por la cual el espíritu abatido no se atreve a poner manos a la obra y se abandona a la inacción.
 La desesperación de considerar que la salvación es imposible, de tal manera que lejos de pensar el hombre en los medios de conseguirla se entrega sin freno alguno a sus propias pasiones.
 La ociosidad, la fuga de todo trabajo, el amor a las comodidades y a los placeres.
 La curiosidad o desordenado prurito de saber, ver, oír, que constituye la actividad casi exclusiva del perezoso.

En el fondo, la acidia se identifica con el “aburrimiento”. Pero no con ese aburrimiento objetivo que nos hace escapar de una cosa, de una situación o de una persona en particular. Más bien se refiere al “aburrimiento” que sentimos frente a la existencia toda, frente al hecho de existir y de todo lo que esto implica. La vida nos exige trabajo, esfuerzo para actuar según lo que se debe, esfuerzo que no es ni gratuito ni fácil. Cuando no somos capaces de asumir este costo (este trabajo) y desconocemos aquello que debemos “hacer” en la existencia, la vida humana se transforma en un vacío que me causa “horror”; se transforma en un vacío que me angustia y del cual escapamos constantemente casi sin darnos cuenta. De hecho ‘aburrimiento’ significa originariamente “ab horreo” (horror al vacío). Decíamos que la acidia es el más metafísico de los pecados capitales parque implica no asumir los costos de la existencia, de escapar constantemente de hacer lo que se debe, por no saber lo que se debe.

3. La Lujuria.
Tradicionalmente se ha entendido la lujuria como “appetitus inorditatus delectationis venerae” es decir como un apetito desordenado de los placeres eróticos. La tradición cristiana subdividió este pecado en la simple fornicación, el estupro, el rapto, el incesto, el sacrilegio, el adulterio, el pecado contra la naturaleza, comprendiendo bajo esta última especie, la polución voluntaria, la sodomía y la bestialidad. La lujuria sería siempre un “pecado mortal” pues involucra directamente la utilización del otro, del prójimo, como un medio y un objeto para la satisfacción de los placeres sexuales.
Hay en este pecado dos grandes principios en juego: el verdadero concepto del amor y la finalidad de la sexualidad. El cristianismo –y gran parte de la tradición clásica especialmente la griega–, entienden por “amor” algo muy distinto de lo que el mundo contemporáneo comprende. El concepto de amor tiene una importancia central en el cristianismo. De hecho Dios mismo es identificado con el amor. Para el cristiano el amor es “superabundancia”, capacidad de dar y de darse, “caritas”, en definitiva: caridad, una de las tres Virtudes Teologales. De esta manera el amor implica un donarse, un darse por el otro, por el prójimo. Recordemos la segunda parte del único mandamiento que anuncia el Nuevo Testamento: “...amar al prójimo como a sí mismo”. El amor cristiano, y también el griego, está, de esta forma, desligado en su origen de cualquier tipo de sexualidad, incluso de la corporeidad. Lo erótico es una consecuencia, un plus totalmente prescindible. La casi sinonimia entre amor y sexo es producto de la modernidad. El “hacer el amor” como sinónimo de “relación sexual” es el mejor ejemplo de lo anterior. La Lujuria sería entonces totalmente contraria al amor –y a Dios– entendido en términos cristianos. El pecado de la lujuria no considera al otro como una “persona” válida y valiosa en sí misma, como un fin en sí misma por el cual tendríamos que darnos. El otro pasa a ser un objeto una cosa que satisface la más fuerte de las satisfacciones corporales, el placer sexual. Aun más, el sujeto mismo que incurre en un acto lujurioso se convierte a sí en un objeto, que olvida o suspende su propia dignidad.Por otro lado, para el pensamiento cristiano la sexualidad tiene una finalidad preestablecida, única y clara. La reproducción y la perpetuación de la especie. Esta clara finalidad da también sentido a la existencia del hombre ordenado su acción en vista del amor de Dios. La lujuria, en cambio, que no tiene en vistas la finalidad de la reproducción y que por esto pierde todo sentido, se convierte en una acción bacía, sin sentido, que de alguna manera nadifica al hombre y lo aleja del Ser de Dios.

4. La Avaricia.
La teología cristiana explica el pecado de la avaricia como “amor desordenado de las riquezas”, es desordenado, continua, “porque lícito es amar y desear las riquezas con fin honesto en el orden de la justicia y de la caridad, como por ejemplo, si se las desea para cooperar más eficazmente con al gloria de Dios, para socorrer al prójimo etc. El crimen de la avaricia no lo constituyen las riquezas o su posesión, sino el apego inmoderado a ellas; “esa pasión ardiente de adquirir o conservar lo que se posee, que no se detiene ante los medios injustos; esa economía sórdida que guarda los tesoros sin hacer uso de ellos aun para las causas más legítimas; ese afecto desordenado que se tiene a los bienes de la tierra, de donde resulta que todo se refiere a la plata, y no parece que se vive para otra cosa que para adquirirla.”
“La avaricia, por consiguiente, es pecado mortal siempre que el avaro ame de tal modo las riquezas y pegue su corazón a ellas que está dispuesto a ofender gravemente a Dios o a violar la justicia y la caridad debida al prójimo, o a sí mismo.”
En la avaricia se ven claramente los elementos comunes a todos los pecados. Por una lado, el avaro pierde el verdadero sentido de su acción poniendo el fin en lo que debería ser un medio, en este caso la obtención y la retención de las riquezas. Lo que importa al cristianismo es que el prójimo reciba, en justicia, la caridad que todos le debemos al menesteroso. La avaricia es directamente contraria a la caridad en cuanto es un “no dar”, más aun en privar a otros de sus bienes para tener más que retener. Por otro lado, el privar al otro de sus bienes, muchas veces con malas artes, y retener estos bienes en perjuicio del otro, es también negar al otro en su calidad de persona, de fin en sí. Se lo utiliza para satisfacer, mediante la acumulación de riquezas, el principio del amor a sí mismo.
Son “hijos” o faltas menores de la avaricia: el fraude, el dolo, el perjurio, el robo y el hurto, la tacañería, la usura, etc.

5. La Gula.
Como “uso inmoderado de los alimentos necesarios para la vida” es definido este pecado. La definición teológica se complementa con que “el placer o deleite que acompaña al uso de los alimentos, nada tiene de malo; al contrario, en el efecto de una providencia especial de Dios para que el hombre cumpliese más fácilmente con el deber de su propia conservación. Prohibido es, empero, comer y beber hasta saciarse por ese solo deleite que se experimenta”. De esta manera, la religiosidad latina especifica estas faltas en: proepropere: comer antes de tiempo o cuando se debe abstener de comer, por ejemplo en los días de ayuno señalados por la Iglesi; laute: cuando se comen manjares que superan las posibilidades económicas de la persona; nimis cuando se bebe o se come en perjuicio de la salud de la persona; ardenter: cuando se como con extrema voracidad o avidez a manera de las bestias. La gula se transforma en pecado en los siguientes casos:

 Cuando por el solo placer de comer se llega al hurto o se reduce a la familia a la mendicidad.
 Cuando el deleite en el comer se reduce a un fin único y preponderante en la vida.
 Cuando es causa de graves pecados como la lujuria y la blasfemia.
 Cuando trasgrede los preceptos de la Iglesia en los días de ayuno y de abstinencia de ciertos alimentos.
 Cuando se provoca voluntariamente el vómito para continuar el deleite de la comida.
 Cuando se auto infiere grabe daño a la salud o sufrimiento a si mismo y a los que lo rodean.

Además de lo dicho por la teología tradicional, la gula tiene un aspecto que no debemos dejar de considerar. La gula es la manifestación física de un apetito más profundo y significativo. El que cae en las tentaciones de la gula, no sólo quiere consumir comida. Quiere, de alguna manera, ingerir todo el universo. Asimilar, hacer suyo, todo lo exterior, reducir todo lo otro a sí mismo. En este sentido la gula se mimetiza estrechamente con la lujuria, se trata de ponerse por sobre lo otro, reducirlo, objetivarlo y hacerlo suyo. De esta manera el “glotón” se transforma en el único centro de referencia, en conformidad con el principio del amor a sí mismo. El asimilar, reducir, el universo en general y al prójimo en particular a sí mismo es la más radical negación del otro.

6. La Ira.
“Appetitus inordinatus vindictae” es decir, un “apetito desordenado de venganza”. “Que se excita –continua la definición latina– en nosotros por alguna ofensa real o supuesta. Requiérase, por consiguiente, para que la ira sea pecado, que el apetito de venganza sea desordenado, es decir, contrario a la razón. Si no entraña este desorden no será imputado como pecado”. De esto ultimo se desprende que habría una ira “buena y laudable” si no excede los límites de una prudente moderación y tiene como fin suprimir el mal y reestablecer un bien. “El apetito de venganza es desordenado o contrario a la razón, y por consiguiente la ira es pecado, cuando se desea el castigo al que no lo merece, o si se le desea mayor al merecido, o que se le infrinja sin observar el orden legítimo, o sin proponerse el fin debido que es la conservación de la justicia y la corrección del culpable. Hay también pecado en la aplicación de la venganza, aunque esta sea legítima, cuando uno se deja dominar por ciertos movimientos inmoderados de la pasión. De esta manera la ira se convierte en pecado gravísimo porque vulnera la caridad y la justicia. Son hijos de la Ira: el maquiavelismo, el clamor, la indignación, la contumelia, la blasfemia y la riña”.
De la definición anterior se desprende que la ira es el uso de una fuerza directa o verbal que trasgrede los límites de la legitima restitución de un bien ofendido. La violencia, entendida como el uso de la fuerza, si es desmedida, es claramente una anulación del otro. En el asesinato, por ejemplo, que no corresponde a la legítima defensa, se pretende evidentemente la nadificación del otro. En el leguaje, mediante la ofensa o el improperio, encontramos también el deseo de perjuicio e incluso de nulidad del otro.
Es importante hacer notar que el uso de la fuerza en contra del prójimo no siempre es un mal moral. Debe ser entendida como un mal menor si el fin por el cual se realiza no es sólo la anulación del otro sino que persigue fines legítimos como la conservación de la vida propia o de terceros. Tal es el caso de la “guerra legítima” que procura evita la propia muerte o la privación de la legítima libertad a mano de un invasor, la legítima defensa. El uso de la fuerza se justifica también cuando se procura, con esto, el bien del otro, evitando de esta manera un daño mayor que el dolor que se infringe.
La ira se convierte en pecado gravísimo cuando nuestro instinto de destrucción sobrepasa toda moderación racional y, desbordando todo límite dictado por una justa sentencia, se desea sólo la inexistencia del prójimo.

7. La Envidia
La envidia es definida como “Desagrado, pesar, tristeza, que se concibe en el ánimo, del bien ajeno, en cuanto este bien se mira como perjudicial a nuestros intereses o a nuestra gloria: tristia de bono alteriusin quantum est diminutivum propiae gloriae et excellentiae” De esta manera, para saber si la envidia es una falta moral, es necesario investigar el verdadero motivo que produce la tristeza que se siente frente al bien que posee el prójimo. De esta manera la envidia no es pecado cuando

 Nos entristecemos por el cargo, potestad o bienes materiales alcanzado por quien no los merece y podría hacer mal uso de esa autoridad causando grave daño a sus semejantes.
 sentimos insatisfacción por los bienes que posee quien no los merece y en vista de que nosotros le daríamos mejor fin. Por ejemplo, el que abunda en riquezas haciendo mal uso de ellas: los avaros que no hacen uso de sus bienes ni para beneficio propio ni para el de los demás.
 otras veces, nos entristecemos, no tanto de lo que el otro posee como del hecho de que nosotros carecemos de ese bien, si esta constatación nos muestra el tiempo y las oportunidades perdidas y alienta nuestro propio sentido de superación.

La envidia es falta gravísima, cuando nos incomoda y angustia a tal grado el bien o los bienes materiales del otro, que deseamos verlo privado de aquellos bienes que legítimamente a conseguido y al que, nosotros, por nuestra impotencia, no hemos logrado conseguir. De esta manera, este deseo de ver privado al otro de sus bienes nos puede conducir a procurar, por todos los medios, a efectivamente quitarle esos bienes o de hacer ver, con el uso del chismorreo, que aquel no debería poseer lo que posee. La mentira, la traición, la intriga, el oportunismo entre otras faltas se desprenden de esta tristeza frente al bien ajeno y a nuestra propia incapacidad de acceder a tales bienes.

"El Orígen de la filosofía"

Básicamente filosofía es realizarse y tratar de responder dos preguntas fundamentales, como lo son el ¿por qué? Y el ¿para qué? De todas las cosas.
A través de los siglos los hombres han filosofado incluso tomando como objeto la misma filosofía, entrampándose en una discusión sin solución aparente sobre su esencia. En este punto se dividen las conclusiones entre los que aceptan a la filosofía como ciencia y los que no, así tratando de comprender su significado, se proporcionan ejemplos justificativos de opuestas apreciaciones, no se la puede clasificar como ciencia, pues carece de la rigidez del método científico, y a pesar de todo es anterior a la ciencia e incluso podría decirse que es su “madre”. Los hombres de ciencia al tratar de clasificar el “filosofar”, transforman su ser en un sin ser científico, una especie de híbrido, por lo tanto no se puede filosofar científicamente, pues es imprescindible el “pensamiento ingenuo”, ese que poseen los locos y los niños y del que carecen absolutamente los científicos.
Tampoco son dos asuntos completamente opuestos, pues tienen sus similitudes, ya que ambas son antidogmáticas y como se dijo anteriormente la ciencia deriva de la filosofía.
Las ciencias tienen un objeto de estudio y su nivel de certeza para poder entenderlas es distinto al de la filosofía, dando respuestas con validez lógica, partiendo de la razón, pasando por la lógica y llegando a los principios, sin comprometer, además, todo su ser como en el caso de la filosofía La filosofía en cambio también tiene objetos de estudio, pero el espectro de análisis es más amplio, y aquí surge otra diferenciación, pues no busca la verdad, y no su posesión así en La Grecia antigua se distinguía a los filósofos de los sabios.
Siempre que dudemos, indaguemos, reflexionemos, cuestionemos, estaremos inequívocamente filosofando, buscando un saber desinteresado con un origen personal, incluso de manera inconciente, de esa manera nos damos cuenta de que tampoco podemos escondernos de la filosofía, razón de ser de todo.

Eru_Thingol

EXTRACTO ....................

"...En una sociedad de superhombres, o supersociedad, el desarrollo personal como consecuencia nos llevará a un desarrollo colectivo, en donde tanto los hombres como la sociedad estarán creciendo hacia la total integridad. Debemos buscar la transfiguración del hombre, esa que aún no existe como existencia, pero si como esencia, en el ideal expresado por nuestros pensamientos como cosa del futuro que inevitablemente se hará realidad, despojándonos por completo de la actual procesión valórica, arcaica y obsoleta de la mediocridad, acabando de una vez por todas con el poder entregado a las “masas” que solamente sirve para impedir el desarrollo y realización de los más fuertes. De cierto, de cierto os digo es necesaria la nueva tabla de valores, y que mejor alegoría que las transformaciones del espíritu, dejemos de ser camello, convirtámonos en león y transmutemos hacia el niño, y así de esa manera, oh… nuestros niños, nuestro preciados niños jugando crearan los nuevos valores necesarios para la justa y equitativa educación, os advierto que no debeis temer al nihilismo real, solamente al falso ese que no niega su tendencia a la negación absoluta y a la aniquilación, sino la que es real, la verdadera, la necesaria, esa que nos insta a dogmatizar el escepticismo, no buscando la nada, sino por el contrario des-construir para volver a construir....."